Cuesta decirlo, pero hay que hacerlo. Como dijo Antonio Armas: “el principal enemigo del vino canario es el propio canario”.
En restaurantes, bares y cartas de vino de las islas, lo local apenas ocupa un espacio testimonial. Lo habitual es encontrar referencias peninsulares en primer plano, y cuando se ofrece algún vino canario, suele limitarse a uno o dos. Esto contrasta con la percepción que existe fuera del archipiélago, donde el vino canario es valorado como un producto único, de origen volcánico, producción limitada y calidad contrastada.
En mercados como Estados Unidos, Reino Unido o Alemania, el vino canario se considera un artículo de nicho, exclusivo, con precios que pueden superar fácilmente los 100 euros por botella. Y aquí, en las islas, a menudo ni se menciona. No es cuestión de gustos: es un problema de cultura de producto y de identidad. Tenemos algo valioso, y lo estamos desaprovechando.
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Producir en Canarias: mucho trabajo, poco rendimiento
Hacer vino en Canarias no es fácil. Las condiciones geográficas y climáticas obligan a trabajar de forma casi artesanal. En Lanzarote, las vides se cultivan en hoyos excavados en ceniza volcánica y protegidos por muros de piedra. En Tenerife o La Palma, las viñas crecen en pendientes pronunciadas, imposibles de mecanizar. Todo el trabajo es manual: poda, recolección, traslado. La mecanización aquí no es una opción, y eso encarece todo el proceso.
Además, Canarias es una de las regiones más al sur de Europa donde se produce vino. Eso implica un ciclo vegetativo distinto y un calendario de vendimia único: en Lanzarote, por ejemplo, se vendimia desde julio, siendo una de las primeras zonas de Europa en iniciar la cosecha. Esta ubicación geográfica y su clima subtropical hacen que las condiciones de maduración de la uva no se parezcan a las de ninguna otra región vitivinícola española.
El rendimiento por hectárea es bajo. Mientras que en regiones como La Rioja se pueden obtener entre 6.000 y 9.000 kilos de uva por hectárea, en Canarias se oscila entre 1.000 y 1.500. Esto limita la producción, pero también concentra la calidad. Es un modelo basado en la singularidad, no en el volumen.
Una bodega canaria mediana produce entre 30.000 y 80.000 botellas al año. En la península, una bodega media puede superar fácilmente el millón. Aun así, los vinos canarios destacan por su originalidad, carácter y autenticidad. Son vinos con un relato propio. Y lo mejor: no se parecen a nada más que hayas probado.
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Dentro vs. fuera: ¿por qué se valora más fuera que aquí?
El vino canario tiene más reconocimiento en el extranjero que dentro de nuestras propias islas. En 2023, según datos del Gobierno de Canarias, se exportaron más de 319.000 litros de vino canario a países como Estados Unidos, Alemania y Reino Unido. De esa cantidad, más de 102.000 litros fueron directamente a EE.UU., lo que representa casi un tercio del total. En esos mercados, el vino canario se percibe como algo exclusivo y de altísima calidad, y se comercializa en restaurantes y tiendas especializadas como un producto premium.
Este interés internacional se ha ido consolidando con premios y reconocimientos. En la última edición del Mondial des Vins Extrêmes 2024, certamen que distingue a los vinos producidos en condiciones extremas, Canarias obtuvo 56 medallas. Esto coloca al archipiélago como uno de los territorios europeos con mayor éxito en este tipo de concursos, que valoran precisamente lo que aquí a menudo se ignora: el esfuerzo, la dificultad del terreno, la baja mecanización y la autenticidad del producto.
Sin embargo, dentro de las islas, el vino local sigue sin ocupar el espacio que merece. En muchas cartas de restaurantes apenas aparece, y cuando lo hace, se trata de una referencia aislada. Es incoherente que un producto que está triunfando fuera de nuestras fronteras no tenga una presencia fuerte en su tierra de origen. Que se valore más en Nueva York que en cualquier isla debería hacernos reflexionar.
Reforzar la presencia del vino canario en el mercado interno no es solo una cuestión de orgullo: es una necesidad para la sostenibilidad del sector. Si queremos que nuestras bodegas sigan vivas y que nuestras zonas rurales mantengan actividad económica, el consumo local tiene que acompañar. Y para eso, la restauración, la distribución y el cliente final deben hacer su parte.
El papel de la restauración
Los restaurantes son la primera línea de contacto entre el vino canario y el público. Son quienes pueden hacer que un cliente descubra un blanco de La Palma, un tinto de Gran Canaria o una malvasía de Lanzarote casi sin proponérselo. Por eso su responsabilidad es enorme.
Hoy por hoy, muchas cartas de vinos en restaurantes de las islas están dominadas por referencias de fuera, y lo canario se relega a una o dos opciones, cuando las hay. Esto no es solo una falta de coherencia con el territorio, sino una oportunidad perdida. En una carta con 20 o 30 vinos, no tiene sentido que solo uno sea canario. Y no, incluir Bodegas 35 no resuelve el problema: no representa la diversidad ni la calidad que tenemos en las islas.
En Canarias hay vinos blancos, tintos, rosados y dulces para todos los perfiles de cliente. Desde etiquetas accesibles hasta propuestas complejas para maridar lo que a cada uno le apatesca. No hay excusas. Si un restaurante apuesta por lo local en el producto fresco, también debe hacerlo en el vino.
El vino canario no es un comodín que se pone por cumplir. Tiene identidad y merece un espacio real en la oferta gastronómica. Cada botella de vino canario que se sirve en mesa es una apuesta por la economía local, por el paisaje, por quienes trabajan con condiciones difíciles para seguir produciendo. También es una forma de contarle al comensal que el producto local existe, que tiene valor, y que merece ser probado. Porque si no lo defendemos nosotros, ¿quién lo hará?
¿Y nosotros, como consumidores?
También tenemos responsabilidad. En tiendas especializadas, supermercados o tiendas online, a menudo elegimos lo de siempre: Rioja, Ribera, Albariño… Pero hay alternativas locales que merecen ser conocidas. Vinos blancos aromáticos, tintos frescos con notas minerales, rosados ligeros y dulces históricos que emocionan. La oferta canaria es más diversa de lo que parece, solo hay que dedicarle algo de atención.
Y sí, en Canarias también hay distribuidores y tiendas especializadas que apuestan por la calidad y el producto local. No todo pasa por las grandes superficies ni por los lineales más visibles del supermercado. Muchas veces, los vinos más interesantes están en pequeñas vinotecas, tiendas de barrio o distribuidores online que trabajan directamente con bodegas locales. Buscar ese tipo de lugares, preguntar, dejarse asesorar, es parte del proceso.
Probar vino canario no es un acto de militancia: es una forma de descubrir algo diferente, auténtico y valioso. Además, elegir lo nuestro significa apoyar una economía frágil que necesita consumidores comprometidos para sostenerse. Comprar vino canario no es solo una decisión de gusto, es una apuesta por el paisaje, el esfuerzo y la cultura que lo rodea.
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Brindemos por lo nuestro
No es una cuestión de chovinismo. Es una cuestión de equilibrio. Si fuera se valora, se paga bien y se celebra el vino canario, ¿por qué aquí no ocurre lo mismo?
Tenemos una de las producciones más singulares del mundo. Pequeña, sí, pero especial. Merece más respeto. Más espacio. Más copas.
Es cierto que, comparado con otras regiones, el vino canario puede parecer más caro. Pero lo que pagas no es solo el líquido en la botella: pagas por un viñedo cultivado en ceniza volcánica, por un agricultor que vendimia a mano en una pendiente imposible, por una bodega familiar que apuesta por calidad antes que por volumen. Pagas por mantener viva una forma de hacer vino que en muchos lugares ya no existe.
La próxima vez que vayas a un restaurante, pregunta por el vino canario. La próxima vez que compres vino, dale una oportunidad a una etiqueta de aquí. Y no lo hagas solo por apoyar lo local, hazlo porque hay mucho que descubrir en esos vinos: historia, paisaje, identidad.
Acércate a una cata, visita una bodega, comparte una botella con alguien que no lo conozca. Porque el vino también es conversación, y el nuestro tiene mucho que decir.
Brindemos por eso.